jueves, 9 de enero de 2014

43. Optimismo

I. Dice el neurocirujano que mi cabeza y el resto de mi persona van mejor de lo que cabía esperar. El optimismo del hombre me conmueve. Supongo que tendría que cruzar la consulta arrastrándome como una lombriz para que se preocupase. 
Dice, también, que hablo normalmente, aunque a mí no me lo parezca, que mis convulsiones son pocas y van a menos, y que asuma ya que me han hecho dos craneotomías y que estoy más medicada que el demonio; que basta de autoexigencias y expectativas irreales.
Me enseñó las imágenes del interior de mi cabeza en la pantalla de su ordenador. En blanco y negro. Más bonitas, las fotos... Se ve el cacho de cerebro que me falta, que es del tamaño y forma de una goma de borrar. Se ve el resto del cerebro. Y se ve mi calavera. Mola mi calavera.
El neurocirujano no necesita volver a darme cita hasta dentro de seis meses. Bien. Entonces, y solo entonces, dice, verá si estoy en condiciones de trabajar o no. Ah. Mal.

II. Hoy he conseguido ponerme unos vaqueros de antes-de. Y andar, ir a comer, subir y bajar escaleras, dejar que mi casi sobrino Héctor me haga cosquillas, en fin, la vida. Cuando me los quité para acostarme no me dolía nada ni tenía la barriga amoratada.
Háganme la ola. O si eso espérense un poco, que ayer mi madre y yo estuvimos investigando y encontramos en Youtube un programa de ejercicios gimnásticos para combatir la papada, afinar la línea de la mandíbula y dejar de parecer palomos buchudos en pleno cortejo.Van a ver.