miércoles, 25 de septiembre de 2013

8. Algunos consejos útiles para el hospital

I. Cuando hagas la maleta para ingresar, lo primero y esencial es un salero, y luego un bote de tabasco de chipotle. Lo demás da bastante igual. Pijama, jabón y eso tienen ellos.
II. En las salas de espera no hay que dejar nunca jamás que la gente te hable. Como mucho se les puede sonreír, pero con cara de ser afásica o finlandesa. Nunca debe decirse nada, nada. Las salas de espera están pobladas por gente llena del más extraño afán competitivo y todos quieren ser el más enfermo, el más perforado, cosido y clavado, el que tiene más anticuerpos y más secuelas y menos ojos y esfínteres funcionales. Si se les da la más mínima oportunidad, te enseñan las cicatrices y/o te vomitan encima.
III. Si en tu carné dice que tu nombre es María Begoña de la Luz, aunque, por supuesto, tu familia te llame Nené de toda la vida, y tú, con infinito esfuerzo y dedicación, hayas conseguido que el resto del mundo te conozca como María, el personal del hospital te va a gritar Maribego, Begoña de la Luz e incluso Lucita. De cariño. No hay que protestar, porque digas lo que digas se olvidarán en dos minutos, mirarán tu historia y volverán a decirte Maribego. Las muecas de dolor no les llegan.
IV. Si alguien se te acerca con un vasito de plástico pequeño y te dice "toma, Claudina Isabel, tu medicación", hay que fechar los dientes y negarse.

lunes, 23 de septiembre de 2013

7. Como cuando era periodista, siempre tarde

Yo pensando que a lo mejor a estas alturas tenía que haberles dado ya las novedades: que me vuelven a operar este viernes 27, que el tumor se llama Astrocitoma y es menos inocente de lo que parecía a primera vista (aunque cuernos-cuernos no tiene, menos mal, quiero decir, podría ser dos grados más maligno de lo que es), que después me caerán más y más tratamientos, y que entre tanto me dedico a gastarme el dinero de la Sanidad Pública (gracias por sus impuestos, queridos) en resonancias magnéticas de colores, tomografías axiales computerizadas, medicaciones raras y así. Gran elegancia.
El neurocirujano dice que no ve por qué no me voy a poder presentar a las oposiciones de traductora a las que me apunté antes de saber que estaba bichada otra vez. Que el lenguaje seguirá ahí. Que sólo tengo que descansar unos 40 días antes de sentarme a estudiar de nuevo. Es claro y me gusta mucho, el hombre. Cuando me habla de las secuelas y desastres posibles lo hace con una normalidad masiva. Mi peluquera de toda la vida se pone más dramática hablando de canas tiesas y tonos-sobre-tonos.
Ayer me quitaron la última grapa. Y bien. Ya se me deshinchó la cabeza y se me pasó el coraje asesino (la mayor parte del tiempo). Ahora tengo muchas ganas de escribir y hago listas de historias pendientes, para que no se me olviden, pero me canso enseguida. Parece que mis obras completas saldrán despacio.
Ah, desde aquí quiero hacer un llamamiento a mi dibujante, que por suerte no me conoce de nada y no me lee. Dibujante, tío perro, como no te espabiles ya con el libro que tenemos pendiente, corrijo, que TIENES pendiente, que ya yo lo escribí desde cuándo, te va a acompañar Pirri en la promoción; y te lo juro que aunque pueda hablar bien me voy a esforzar por escupirte lateralmente y empañarte las gafas. 







 

sábado, 21 de septiembre de 2013

6. Bip-bip-bip

A veces no duermo. Puede ser que me duelan las grapas o el cuello, que me pregunte qué irá a pasar, que me muera de ganas de volver a mi casa, que los chihuahuas ladren como chacales a las tres de la madrugada, o que me aburra infinitamente de escuchar los podcasts de astronomía que mi madre me bajó a modo de somnífero adicional. Sí, ya sé que al principio me gustaban y me ayudaban a perder la conciencia, pero ahora me producen fantasías incendiarias. Titán, fuego (FLASH), el cinturón de Kuiper, más fuego (FLOSH), Fobos y Deimos (BOOM-CRACK), a la mierda el espacio.
Por alguna razón estoy enfadada, ya ven. Si pongo la radio, odio a España entera en quince minutos, con especial énfasis en los nacionalistas y la Familia Real. Si leo el diario, me parece todo intolerable, anuncios incluidos. Si mi madre, de puro cariño, me cambia los muebles de sitio por sorpresa, "para que tengas las cosas más cómodas", y no encuentro nada (libros, cables, pastillas), y encima tropiezo con algo que no debería estar ahí y me majo el dedo chico, me sienta mal. 
Camino toda digna, lenta y deliberadamente, con la cabeza alta, como si desfilara. Me pongo tacones. Ustedes no lo ven, porque por fuera no se nota, pero la medicación me hace temblar todo el rato, y a cada paso sé positivamente que me voy a comer el bordillo en cero coma cinco. Luego no. Aborrezco a los viandantes que me miran, me indigna que se me peguen las patas de las gafas a los apósitos, no soporto las campanas de las iglesias ni las sirenas de la policías, el teléfono me tiene loca. En resumen, ahora mismo lo mejor que pueden esperar de mí, queridos, es que no les dé una patada voladora ni me cague audiblemente en sus muertos.
He pensado aprovechar este ratito para fijar los muebles al piso con pegamento de contacto. Pero justo cuando iba a levantarme a buscarlo, y un martillo también, el ordenador protesta porque se queda sin batería. Por supuesto, el cargador ha desaparecido; no descarto que mi madre haya trasladado hasta los enchufes. Así que subo esto ya, antes de que bip-bip-bip-bip.

 

miércoles, 18 de septiembre de 2013

5. Reanimación



El neurocirujano, antes de operarme: “Sí, sí, te hacemos  una copia de la tarjeta de memoria”.

La neurofisióloga, en el pre-quirófano, cogiéndome la mano: “Tú tranquila, que Dios ahoga pero no aprieta”.


El cura del hospital, bendiciéndome mientras estoy en reanimación, ocupadísima con mis convulsiones: “Recuerda, cuatro angelitos tiene tu cama, cuatro angelitos que te la guardan”. Yo lo miro con odio y mi padre lo saca de la habitación educadamente.

La técnica de radiología, a primera hora de la mañana, dando voces por el pasillo: “¿Puedo disparar ya? ¿Sí? ¡RAYOS!”.

Darth Vader, entubado en el box de al lado: “Gfggffkkkhhh”.

Mi madre: “No, no te puedo dejar el aipad porque no te convienen los estímulos luminosos. Además estoy sin vidas en el candicandi. Pero sí te dejo el aipod, que tengo montones de podcasts de la conquista del espacio y la magnetosfera y Júpiter y eso”.

Mi hermano el mayor, por teléfono: “Estoy en medio de una tormenta de arena en Mauritania. Te juro que llueven ranas. El avión no puede salir hasta el martes”.

Mi padre, leyéndome en voz alta la autobiografía de Groucho Marx, y haciendo esfuerzos por no reírse demasiado: “Nos van a echar”.

Mi hermano el pequeño, con aire clandestino: “Yo te traigo una pizza luego si quieres”.


Una enfermera, a Lord Vader: “¡Antonio! ¡Despiértese y respire! ¡Venga!”.
El cura, mientras me bañan en la cama: “Mucha serenidad, hija mía, verás que dentro de poco eres tú la que reza por nosotros”. Yo, a la enfermera, incrédula: “¿Le estoy enseñando el culo al cura? Dime que no”. La enfermera resopla.

(gracias al Señor Alto por teclear) (bueno, por todo)

jueves, 12 de septiembre de 2013

4. Breve añadido folklórico

Antes se me olvidó decirles que me van a operar dormida y callada. Eso que ganamos. Si el tumor hubiera estado en otro sitio me tendrían que haber mantenido consciente, para preguntarme cosas y asegurarse de que todo iba bien. Pero no, pueden monitorizarme con cables y agujas. La idea de verme en ese quirófano, con los sesos al aire como uno de los monos de Amy Farrah Fowler, cantando, no sé, por la Niña de la Puebla, por los pueblos de mi Andalucía los campanilleros... 
Hala, ya está. Que sepan que mi habitación tiene vistas al mar, al Confital, y que mi cama está al lado de la ventana. Me ha entrevistado un enfermero que se llama Damián y ha apuntado con todo cuidado que no me gustan las anchoas ni los mejillones. Tengo el primer turno de quirófano. Allá vamos.

3. Normalidad

Ya tenemos casi todas las pruebas previas, los pijamas, el neceser, la lectura, la películas de alienígenas y robots, la cabeza rapada, las uñas despintadas, los nervios y las preguntas sobre placas de titanio y prednisona. En fin, ya estamos. Llueve y yo me dedico a hacer el vago y a darme lujos. Anoche le pedí a Ernesto que me hiciera fotos y no sólo no protestó ni dijo que tuviera un compromiso previo en Nouakchott, sino que vino con una cámara tamaño avión y me sacó desproporcionadamente guapa y feliz. Luego cenamos pescado y pulpo y papas arrugadas al lado del mar, y probamos un mojo de origen asiático que me derritió el rímel y me quitó el habla durante unos quince segundos, pero mereció la pena.
El Señor Alto parece contento con su móvil nuevo, Pinito ha pasado la noche sin hacer ningún estropicio y esta mañana tampoco la detuvo la Policía, mi madre no ha cambiado el mobiliario de sitio en los últimos veinte minutos, hay wifi, la nevera está llena de sopa, tengo controlado el pañito de limpiar las gafas, mi padre me ha elegido diez o doce libros de cuentos de Wodehouse, reina la normalidad.
Les iré contando.




martes, 10 de septiembre de 2013

2. Un exceso

Hoy hice demasiadas cosas. Sólo dormí hasta las cinco de la mañana, y por más que encendí la radio y me puse un programa de Iker Jiménez que iba de vampiros con problemas de desarraigo en la Edad del Hierro (de verdad), no hubo modo. Cuando me rendí y me levanté a tomar café, me llamaron del hospital para que fuera a hacerme un electroencefalograma. Está bien, porque es una prueba limpita, sin agujas ni calambrazos. Te abrochan un gorro amarillo en plan burbuja de cava y te dan pellizcos aquí y allá, pero sin sangre ni necesidad de hacer ver que eres de piedra todo el tiempo; te dicen que cierres los ojos, más, más, más, y qué difícil es seguir cerrándolos una vez que tú crees que ya los tienes cerrados. Me tuve que sostener los párpados con los dedos y ni así. Luego, cuando parecía que el asunto ya estaba resuelto, me mandaron abrir y mirar, me pusieron un foco delante y me dispararon un montón de destellos lisérgicos sin piedad. Nivel de jaqueca: 500000000. La buena noticia es que no empecé a retorcerme ni a echar espumarajos allí mismo.
Después fui a desayunar con mi padre, y, en un ataque de inteligencia incalculable, debido, creo, a lo poco acostumbrada que estoy al jamón del bueno, decidí que era el momento de aprender a pintarme las pestañas. Unos treinta años tarde. El muchacho del Sephora estuvo haciendo experimentos conmigo y conseguimos llegar a un acuerdo respecto a lo que era humanamente aceptable. Máscara púrpura no, aunque resalte el tono verdoso de mis ojos (de verdad). Broadway, tampoco. Pegotes negros rollo Courtney Love, tampoco. Y una vez arreglado lo de las pestañas, un par de llamadas de notificación, una expedición con el Señor Alto para ver teléfonos de urgencia (porque, en uno de esos giros inesperados de los acontecimientos, anoche se le murió la placa madre del suyo, sin avisar), almuerzo japonés con mi hermana y, el horror-el horror, el Carreful.
Por qué voy al Carreful. No lo entenderé jamás. Y ahora, que soy la reina de las excusas. "No, mira, perdona, pero no, que tengo un tumor en el cerebro".
Mirándolo por el lado heroico les diré que ya tengo el equipaje del hospital (incluye un pijama de la Pantera Rosa), que anduve con zapatos de mujer y zarcillos largos todo el día, que llevé el carro de la compra estupendamente, que no me desmayé en el aparcamiento, que me acordé de traerle papas fritas sabor paprika al Señor Alto y que no he bebido. Un exceso. 


1. Parte



Hace una semana me encontraron un tumor en el cerebro. Lo diría mejor, más suavecito, pero no sé cómo. Lo que me propongo hacer aquí es darles el parte. Los médicos me han dicho que el nódulo no parece especialmente maligno, que está en buen sitio, a pocos milímetros de la pared del cráneo, que se puede operar y que en general vamos bien. Son los mismos médicos que me han hecho firmar nosecuántos consentimientos informados, esos documentos en los que reconozco minuciosamente que si me muero o me estropeo la culpa es toda mía, que lo tenía que haber pensado mejor antes de empezar con las convulsiones.
Entre prueba y prueba he aprendido cosas útiles. Por ejemplo, el cerebro no es rosado ni gris, sino café con leche. Corto de café. Y como los tumores son del mismo color, se distinguen mal, hay que mirarlos con microscopio. Además, aunque estén hechos del mismo material que el resto del cerebro, no pueden pensar por su cuenta. 
Me dan cantidades descomunales de drogas preoperatorias. Vivo colocadísima, mareada, y no me dejan estar sola ni dos minutos. En la ducha tampoco. Bajo las escaleras agarrada a la barandilla. Y cuando nado mi padre me silba desde la arena para que no me vaya lejos, como cuando era chica. 
Lo normal a estas alturas sería que sintiese un odio lleno de dientes por la humanidad en su conjunto, y luego ya iríamos entrando en detalles. Pero no. El poder de las drogas es tal que estoy inexplicablemente tranquila, me caen bien todos ustedes, reparto besos sin esfuerzo y sólo pienso en la radial muy de vez en cuando. Mi hermana, llena de espíritu científico, dice que va a estudiar cómo me afecta la medicación a través de Twitter. De "mis vecinos están de fiesta en la piscina, así se ahoguen todos y cojan lamelibranquios en los pulmones" a "cómo echo de menos a mis adorables vecinos y sus juegos acuáticos en las tardes de verano".
Si eso pasa, les doy permiso para rematarme en el acto.