lunes, 28 de octubre de 2013

19. Se llama Cocodriloma

Se llama Cocodriloma. Bueno, el nombre científico del tumor es Oligodendroglioma, pero a mí a estas alturas no me salen bien las palabras tan largas, y total le pienso decir como me dé la gana. ¿Y qué importará cómo se llame, preguntarán ustedes? Sí que importa, porque antes, cuando se llamaba Astrocitoma, era de peor naturaleza. Ahora que lo han partido en pedacitos y le han hecho toda clase de análisis en no sé cuántos laboratorios distintos, han visto que en realidad es otro tipo de bicho, y que, atención, el artista antes conocido como Astrocitoma no va a necesitar tanta tralla para desaparecer del todo y dejarme vivir tranquila.
Es muy buena noticia.
La doctora, pequeñita y seria, me ha dicho que, a falta de ver qué sale en las resonancias magnéticas y las tomografías por emisión de positrones (les juro que estos nombres no me los invento), cree que ya no hará falta darme quimio. Aquí, yujus, vivas y rebotes festivos en la camilla. Y que me lo piense, que las opciones que se presentan son éstas: 
a) Nada. Me voy a mi casa, sigo drogándome y me hago controles cada tres meses. Y si a mi cerebro se le ocurre ponerse a proliferar más adelante, pues ya veremos.
b) Me dan radioterapia. Pero menos sesiones que antes, y más suaves (aunque tampoco serán diez días en una  hamaca en una playa jamaicana). 
c) De todos modos me dan radioterapia, quimioterapia, latigazos y patadas en el culo. Por si acaso, por pura precaución, para cubrir todas las eventualidades.
Verán. Hasta ahora, señores, nadie ha dicho nunca que yo tuviera opciones. Los médicos me contaban lo que me iban a hacer, dejando claro todo lo que podía salir mal. Que ahora exista la posibilidad de elegir algo me hace sentirme talmente como si se hubiera muerto Franco (sin dejarlo todo atado y bien atado).
En resumen, todo indica que me voy a librar de la quimio, y eso significa que gano al menos seis meses para mí, para mis historias. Entre otras cosas me propongo escribir cuentos sobre perros, filetes empanados, erizos de tierra, calzoncillos blancos, pirados egipcios, diccionarios antiguos y así. Y hacerme rica. Y recuperar el aliento, dejarme crecer el pelo y caber en los sitios, también.

sábado, 26 de octubre de 2013

18. Zapatos



A algunas señoras no les caben los zapatos. Se les rebosan los pies igual que a las viejitas de luto que van a misa a Santa Ana. Las señoras no se reconocen, miran con extraña fascinación el lugar en el que antes estaban sus tobillos, y escuchan cómo les explican que sí, que es por los corticoides. Lo mismo se aplica a la cara hinchada, al buche, a la barriga esférica, dura, indomable, a la tensión alta, a la respiración trabajosa. Todo es por los corticoides y todo pasará, de acuerdo con los médicos. Las señoras se esfuerzan en dejar de barritar en voz alta, entre otras cosas porque barritar es difícil y no les sale del todo bien y la gente las mira raro. Y procuran no enfadarse cuando les quitan la sal. La sal.

Las señoras aprovechan y se compran zapatos nuevos. Gran elegancia. Lo que ellas querrían en realidad es jamón ibérico, queso stilton, huevos fritos con papas y guindillas, arroz negro, ortiguillas, bacalao, sushi con mucho wasabi, manteca colorá. Pero zapatos está bien. Con un poco de suerte, en unos meses ya no se acordarán de por qué se los compraron. O igual sí, y acaban aborreciéndolos y regalándolos. Las interesadas pueden ir apuntándose a la lista del 41 de horma ancha. 

(La foto nueva de la cabecera es de Ernesto, y la pongo, claramente desactualizada como está, en defensa propia, qué coño, que antes o después volveré a mi ser)

martes, 22 de octubre de 2013

17. Otra pequeña incandescencia

Mediodía. En la calle.
Chico sonriente, con chalequillo, lazo en la solapa, carpeta y hucha: Hola, ¿tienes cinco minutos para luchar contra el cáncer?
Yo, a paso de tortuga, con pañuelo y cara de Fétido Addams: Cómo, cinco minutos.
Chico: Porque no sé si sabrás que cada día se diagnostica...
Yo, con cara de odio: Sí, sí.
Chico, dándose cuenta de repente: Ah.
Yo: Anda, dame lo que lleves en la hucha.
Chico: ...
Yo: Es lo mínimo.
Chico: No puedo.
Yo: Bah.

domingo, 20 de octubre de 2013

16. Pequeñas incandescencias



1.
Mi madre: ¿Esa camiseta te vas a poner?
Yo [combativa]: Sí, ¿qué?
Mi madre: No, nada… que se te ven mucho las mollas.
Yo: Ya. Pero el burka lo tengo tendido.

2.
El banco [por correo electrónico]: Hola, MARÍA, ¿quieres dormir toda la noche del tirón? Con nuestra cuenta MÁS BONITA QUE NINGUNA tus preocupaciones desaparecerán y podrás descansar a pierna suelta. Infórmate en…

3.
La enfermera [radiante]: Son unas preguntitas nada más, para completar el informe y la historia. ¿Has estado sometida a alguna situación de estrés últimamente?
Yo: …
La enfermera: Pongo que no, ¿verdad? Muy bien.

jueves, 17 de octubre de 2013

15. Anémona Mussolini



Entro en el Salón de Belleza Anémona García. Las peluqueras, que están allí aburridísimas peinándose la una a la otra, me contemplan en silencio. Será porque llevo un pañuelo envolviéndome la cabeza. Me acerco y les explico. “Hola, que quiero quitarme los bigotes, y estos pelos de aquí de la cara también”. Por si no lo saben, queridos lectores, los corticoides producen hirsutismo. Y los corticoides mezclados con tamoxifeno, más. Soy propiamente Chewbacca. Aunque más rubianca. Y rapada. Y hablo un poco más claro. Creo.
Las dos peluqueras dicen al unísono “el labio superior”. No se puede usar la palabra “bigotes” en una peluquería, lo prohíbe la ley. Luego me sientan y me miran bien las dos, y la peluquera número uno, que es la jefa, me pasa la mano por la cara. “Esto nada. Es pelusa. Si te lo quitas con cera va a ser peor, y si te lo decoloras no te va a quedar bien”. “No, pelusa no es, se ve un montón”. “Te lo digo yo que soy una profesional; vamos, tengo yo más pelo que tú, mira, mira, y negro además; lo que te pasa es que estás mal acostumbrada, porque tienes ESA piel y te habrás pasado la vida con la cara lisita; pero yo desde luego no pienso hacerte nada, la pelusa se te caerá sola y además no la ve nadie y punto”. “Ah”. “Voy a llamar a mi hermana, que está en el piso de arriba, para que te dé su opinión, que ella es especialista”. “Ah”. “¡MERCEDES! ¡VEN!”. Mercedes trota escaleras abajo. “Mira a esta señora”. “Sí”. “Dice que tiene pelos en la cara”. “No”. “¿Tú le harías algo?”. “No”. “Pues ya está”. Mercedes trota escaleras arriba.

Me arrancan los bigotes con cera al aroma de chocolate, me cobran baratísimo y me echan a la calle. “Y no seas cabezuda, no vayas a ir a otra peluquería, que igual te hacen un desastre sólo por sacarte las perras”. “Vale, gracias”.

¿Por qué siempre mis peluqueras mandan más que Mussolini?

domingo, 13 de octubre de 2013

14. Clasificación



Yo: ¿Quieres que te cuente cómo va la clasificación?


Amigo: Por favor. Aunque no sea sino el pódium.


Yo: En el número uno, el ser humano que me echó una bronca por no haberle contado que estaba enferma. Tenía que haber hablado con él, como mínimo, antes de entrar en quirófano. Dijo textualmente: “¿Pero cómo va a ser que te me vayas sin que pueda siquiera despedirme de ti?”.


Amigo: Joder.


Yo: Lo cansado que es consolar a la gente de las desgracias de una, tú.


Amigo: No, lo que pasa es que eres una desconsiderada. No piensas sino en ti misma. Y claro, luego te mueres o te quedas inútil y nos dejas ahí, con la palabra en la boca.


Yo: Después me reprochó que ya lo supiera todo el mundo menos él. Y preguntó si Fulano, sí, FULANO, estaba al tanto. Todo ofendido.


Amigo: Ay.

Yo: En el número dos,  las criaturas que me dicen, rebosando amor, que  tengo que sanar mis emociones y visualizarme fuerte y saludable, emitiendo haces de luz azulada y eso. Porque, muy probablemente, si yo hubiera estado en sintonía con mi espíritu, nada de esto habría pasado.

Amigo: Pero y qué te cuesta, visualízate, boba.


Yo: Y en el número tres…  No sé si te conté que las oposiciones que me estaba preparando, las del Ministerio de Exteriores, ya salieron, y que el primer examen es el 14 de noviembre en Madrid. Y no llego, de ninguna manera. Entonces, cuando protesto, porque llevaba tiempo estudiando y ahora no salen plazas de nada, suele haber alguien que me dice con gran solemnidad  “ahora tienes oposiciones más importantes que sacar, oposiciones a la vida”.


Amigo: A veces me pregunto cómo no estamos entalegados los dos ya.

Yo: Porque tenemos contactos.


jueves, 10 de octubre de 2013

13. Balance provisional

- Han pasado dos semanas desde la última operación. Aún llevo la cabeza llena de crucitas de tinta azul, de marcas oscuras en forma de espiral y de pinchazos de agujas (gordas, de las que dejan hoyo: muy mal, doctora, seguro que las había más chicas). Ah, y la cicatriz, que está en el lado derecho, como una C mayúscula. Grapas ya no, ni puntos. Todo es mejor sin grapas. Aunque el pelo parece talmente papel de lija y los apósitos se niegan a pegarse encima. Además dan dentera, así que los evito. Casi siempre llevo pañuelo o sombrero, pero cuando me canso o tengo calor me descubro la cabeza y asqueo vivamente a los viandantes. Por otra parte, que se jodan los viandantes.
- Tomo montones de corticoides. Eso significa que parezco una pelota de playa. O más bien varias pelotas de playa superpuestas, en plan muñeco de nieve, con un toque de palomo buchudo en las áreas intermedias. Los efectos secundarios de los corticoides son cinco mil millones: el insomnio, la hinchazón, los calores, la cara colorada, los bigotes, la bonita mezcla de agotamiento y arrebatos de actividad, el hambre asesina... Pero cumplen su función (mantenerme el cerebro en su sitio) y me aguanto. Antes o después me libraré de ellos. A veces no tengo ganas de que me vea nadie, a veces me importa cero. Si nos encontramos, queridos, esfuércense por no decirme que estoy muy guapa incluso así/a pesar de todo/porque mis ojos brillan/y la fuerza que transmito/y soy tan valiente... Yo les entiendo, pero me da coraje.
- Las personas me regalan cosas. De comer, de untarme, de ponerme, de leer, de oír. Hasta un teléfono nuevo tengo. Enorme, vamos, una guagua. Parezco rica. Es un exceso todo, y yo me resistiría, pero saben qué, ya aprendí: no. Me dejo. Agradezco infinitamente las mangas y las granadas, los tebeos y los libros, las cremas de lujo mundial, el chocolate, el regaliz... Y hoy, por ejemplo, me cayó una camiseta maravillosa en la que se ve a Hulk diciendo  "Dioses a mí". Amo a Hulk en todas sus manifestaciones, y ese momento en el que zarandea a Loki de norte a sur como si fuera una zarigüeya me llena de felicidad. Mi madre, por su parte, me hace sopas y hasta mermelada casera de tomates. Ha descubierto que el mundo entero es mermeladable.
- Ayer me hicieron la máscara a medida para la radioterapia. Moló. Me dijeron que me estuviera quieta-quieta, me envolvieron la cabeza en algo que parecía plástico-flim, pero caliente (Dexter, ven a mí), cuando empecé a pensar que me asfixiaba del todo me abrieron un hueco en la boca y la nariz para que respirase, y luego se fue solidificando y ya me la sacaron. Es exactamente como la de Hannibal Lecter, pero al revés. Podría morder si fuera necesario.
- Pinito está feliz de tenerme de vuelta, pero cada vez que salgo de casa, aunque sean dos minutos, cree que me volví a ir para siempre y monta un drama con mucho ruido. Ha perfeccionado la cara de hambre/pena/dame un euro hasta tal punto que tengo que comprarle un arnés nuevo, porque el que traía lo está reventando.
- El señor alto está yendo a correr con mi padre. Esto es más grave que lo del candicandi.

martes, 8 de octubre de 2013

12. La máquina del tiempo

Lo que tengo que contarles hoy es que, de acuerdo con los médicos, estoy tan, tan bien, y soy tan joven y fuerte y sana, y me favorece tanto-pero-tanto la cabeza rapada, que lo correcto es fundirme a radios y quimios. Sí, porque si fuera viejita y decrépita o de todos modos fuera a morirme pronto, me dejarían tranquila. O si me hubiera quedado hecha un ocho tras la cirugía y total no albergáramos grandes esperanzas. O si tuviera la cabeza como don Pimpón. Motivos humanitarios, se llaman.
Pero no, yo soy de la raza de Terminator (por la parte de mi madre), cicatrizo rápido y bien, puedo mover todos los dedos y ojos, y las secuelas previsibles no tienen huevos de manifestarse. Y entonces, palabras textuales de los doctores, "para cubrirte bien las espaldas, pensando en tu futuro, vamos a ir con toda la caballería".
La caballería son 30 sesiones de radioterapia y quimioterapia, a la misma vez. Creo que se llaman concomitantes y que una cosa potencia a la otra. Eso, si no hay imprevistos, durará mes y medio. Todos los días de lunes a viernes. Y luego, después de un descansito de un par de semanas y una re-evaluación, seis meses más de quimioterapia. Seis meses. Una semana cada mes. 
¿Alguno de ustedes, queridos, tiene máquina del tiempo? Aunque sea de esas con taxímetro y complementos especiales por servicio de aeropuerto. Llegamos a un acuerdo, me sacan de aquí y me llevan a 2015.
Mi madre me dijo hoy, con su voz de tranquilizar hijas, que no me preocupe si con la radio me queda alguna calva suelta, en plan leoparda sarnosa. "Porque puedes dejarte los flecos largos arriba y colocártelos en plan Anasagasti, y no se nota nada".
Mañana me toca echar el día en el hospital. Escáner de la cabeza a primera hora. Y luego mamografías de control. Yuju.




domingo, 6 de octubre de 2013

11. Señora con la oreja amarilla (y II)

Después de salir del hospital seguí dándole vueltas a lo de cantar. Yo soy así, perretosa. Sobre todo de noche. El insomnio ayuda, también. Estás ahí en la oscuridad, aburriéndote gravemente, y de repente tienes que saber si puedes cantar Uptown girl, de Billy Joel, que por las fechas te parece que deberías ser capaz. Entonces enciendes la lucita chica de no molestar, te subes el portátil a la cama, enchufas los cascos, te vas al tubo y oh sí, sí que puedes, y te mueres de risa viendo las coreografías de la época, y la canción dura apenas 3 minutos y medio, así que la vuelves a poner, y cantas bajito (o eso crees tú), y entonces el Señor Alto se da la vuelta en la cama y te mira con ojos incrédulos, y la Pini también, y tú "and now she's looking for a downtown man, that's what I am, oooooh-oooooh, hola, Jefe, esta gente bailaba como el culo, pero mira, divertirse se divertían un montón". 
El Señor Alto no dice nada, suspira, se arropa y consigue volver a dormirse. Y tú piensas "¿Y los Wham? Espérate tú, wake me up before you go-go"... Esa también te sale bastante bien. Luego te entra un ataque de cordura y compasión humana y apagas el ordenador. Pero te pones M80 en la radio y no puedes evitar hacer un par de experimentos más. Y entonces son las cuatro ya y estás inexplicablemente despejada y te parece fatal que la Pini y el Señor Alto duerman tanto y tan seguido. Y sin drogarse.
A las cinco te rindes y te levantas, en medio de la noche negra te haces un colacao y te enroscas en el sofá a leer una novela de crímenes. Te ves de raspafilón en un espejo y tienes la oreja derecha amarilla. Muy amarilla. Ah, el betadine. Mañana tocan curas. Y neurocirujano, con su informe nuevo de anatomía patológica, y oncólogo radioterápico, y noticias.
Casi mejor concentrarse en cantar, ¿no?
Por cierto, por exigencia de mis cinco fans, mañana grabo mi versión unplugged de "Abanícame el papayo" y la subo. El Señor Alto amenaza con ponérsela en el teléfono.

sábado, 5 de octubre de 2013

10. Señora con la oreja amarilla (I)



En la última noche que pasé en el hospital descubrí de repente que no podía cantar. Sólo era capaz de decir entrecortada y desafinadamente trozos sueltos de las letras de algunas canciones, con voz ahogada y como ajena.

Puse el respaldo de la cama en alto, me recoloqué las almohadas, respiré hondo y dio igual. Entonces llegó mi hermana y se sentó a mi lado. Le conté y fuimos probando juntas. Ella es más chica que yo, pero, por suerte, del mismo planeta. Cuando vamos juntas (y solas) en coche casi siempre cantamos Don’t stop me now a voz en grito. O Somebody to love. Si estamos muy crecidas, Bohemian Rhapsody, y nos hacemos los coros mutuamente. Pero ahora no. Queen no podía. Ni los Beatles. Ni los Police. Cuando me dije “¿Y Camarón?”, y me oí croar lastimosamente “en los olivarillos, niña, te espero, con un jarro de vino y un pan casero”, me descompuse toda. Luego probé con la Bienpagá, con Ojos Verdes, con la Zarzamora, María de la O. Ay. Caetano, Gil, Jobim, Elis Regina, Rita Lee, Jorge Ben. Casi lloro.

Le pedí a mi hermana, que es médico, que me fuera a buscar algo bien fuerte a la estación de las enfermeras, porque si de repente resultaba que sólo iba a poder cantar cosas de Amaral o de Alejandro Sanz, quería que me durmiese allí mismo, sin más.

Entonces empezamos a oír una voz de hombre que gritaba “Socorro, Policía, socorro”. Nos callamos un poco. Pero vimos que el hombre seguía pidiendo auxilio igual, cantásemos o no, y qué coño, lo nuestro era una emergencia. “Si hay problema ya vendrá alguien a poner orden”. “Claro, claro”. “Que no es sino la una, tempranísimo para un hospital”. A ver. ¿Funcionan los tangos? Algunos. ¿Los boleros? Casi ninguno. ¿El lago azul de Ypacaraí? Poco. Mierda. ¿Las canciones de misa? Todas. Una espiga dorada por el sol. Yo tengo un gozo en el alma grande.

¿Las canciones de dormir a mi hermano el chico, las de los dibujos animados, las de ir para el sur (eso en mi familia era casi siempre Serrat o Alberto Cortez o unos tanguillos de Cádiz inexplicables)? Sí. ¿Roberto Carlos y el gato que está triste y azul? También. “Verás tú que la clave está en cuándo se guardaron”. “Pues la cagué, porque la música de mi infancia era un rollo”. “Igual se te pasa”. “Ya. O me quedo así”. “Bueno, mejor eso que cambada”. “Sí, pero por esto seguro que no me dan una paga”. “Tampoco es que fueras cantante profesional”. “Ya, si antes del primer cáncer tampoco me ganaba la vida con las tetas, pero igual me gustaba tenerlas”. “Sí, claro”.

Entonces mi cerebro cabrón decidió que ya estaba bien de sufrir y produjo la siguiente canción, perfectamente cantable: “Abanícame el papayo / que tengo mucho calor / abanícame el papayo / vida mía, por favor”. Saben, todavía llevo cuarenta grapas en el lado derecho del cráneo y no me tengo que reír, porque se tensa todo y duele. Pero no podía parar. Conseguí localizar la canción en las cercanías del verano de 1984 y le puse un mensaje a mi amigo Alberto, que muy afortunadamente me contestó enseguida diciendo que sí, que se acordaba de ella. Gran alivio. Imagínense que hubiera sido obra mía. Encima.

Al día siguiente vino el neurocirujano, que, aun siendo tímido y serio, pone cara de quererme porque he quedado muy bien. Los que quedamos bien molamos mucho más y a veces nos sacan en los congresos. Le pregunté por lo de la música y le encantó. Me dijo que hace unos años había tenido un paciente que aparentemente no había sufrido secuela ninguna, y que cuando volvió al trabajo (era arquitecto) descubrió que ya no entendía el mundo en tres dimensiones. Que esas cosas tan delicadas son bastante impredecibles, y que en realidad ya podíamos estar contentos el arquitecto y yo de poder comernos la sopa con nuestra propia cuchara y sin babero-delantal. Esto lo dijo distinto, pero era eso.


[continuará]