domingo, 29 de diciembre de 2013

41. Futuro

Lo correcto sería que ahora que se acaba el año yo hiciera balance y estuviese contentísima de no haberme muerto, de poder leer, escribir y entender a la gente que me habla (bueno, esto no siempre). Pero no. También debería estar contenta porque es normal, clínicamente hablando, que no esté contenta, y se supone que la pena y la sensación de inutilidad se me irán pasando. No, tampoco. El presente es incómodo y no veo futuro ninguno, mire para donde mire.
Con la idea de combatir este desánimo desde dentro se me ha ocurrido sentarme a imaginar dónde estaremos el Señor Alto, Pinito y yo dentro de un tiempo. Vamos, qué podría pasar si hubiera futuro.
a) Vivimos en un pedazo de hotel en algún lugar del trópico (pongamos Indonesia, Madagascar o el Caribe). El Señor Alto es el jefe supremo de todo el complejo; va por ahí con su guayabera blanca bien planchadita y sus sandalias, comprobando que reine la perfección y que los clientes sean felices. Yo tengo una habitación para escribir donde, además de aire acondicionado, hay un surtidito de lagartos y murciélagos semidomesticados que se mueven por el techo y se comen los insectos antes de que me chupen la sangre. Pinito se dedica a hacer el vago y a meter el hocico donde no debe. Los otros perros la entretienen bastante. Lo que escribo se vende y gano algo de dinero. A veces me encargan traducciones, también.
b) Escenario: una casa con jardín en una ciudad nórdica. Hay nieve ahí fuera, árboles enormes, ardillas. Yo doy clases dos días en semana y el Señor Alto trabaja desde casa, calentito, inventando prodigios tecnológicos. Pinito no se separa de la chimenea en todo el invierno. Los otros perros tampoco. Tengo tiempo libre para escribir y aprender idiomas, y cuando salgo de paseo se me escarchan las cejas y las gafas. Me hago fotos con el móvil y me da risa.
c) Como no hemos conseguido ponernos de acuerdo, porque el Señor Alto odia el frío y la oscuridad y yo aborrezco el calor y los bichos, hemos emigrado a la Estación Espacial Internacional. Se hace un poco aburrido, pero la temperatura es estable, no llueve jamás y ganamos mucho dinero. No hay manera humana de gastar nada (Amazon no reparte aquí), con lo que ahorramos el 100%, y en breve volveremos a la Tierra y podremos vivir en el lujo, tres meses al año en Brasil, tres en Escocia, tres en Sicilia y los otros tres ya veremos. A Pinito le parece todo bien, si exceptuamos el hecho lamentable de que en la EEI no hay carroña ninguna.
d) No nos vamos. Nos quedamos aquí y estamos cada día más pobres y más hartos. Todo va muy despacio. No me puedo ganar la vida escribiendo, ni dando clases; nada de lo que sé hacer vale dinero, y nunca me toca el Euromillón. Un día se me va la pelota del todo y me afilio a Coalición Canaria.
e) No nos vamos, pero montamos una granja de avestruces y nos forramos locamente vendiendo huevos y entradas para ver a los pollitos, que son preciosos, todos ojos y pestañas. Ponemos un bar justo al lado: el plato estrella es el huevo frito con papas, pimientos y ajos. Vemos a familias enteras mojando pan en una sola yema y se nos ensancha el corazón. Pinito tiene pánico de los avestruces y se mantiene a prudente distancia.

Yo qué sé. Algo pasará.

domingo, 22 de diciembre de 2013

40. Café y fuego

[Pinito y yo bajamos a la plaza. Antes de empezar a jugar a la pelota y pringarme las manos de babas de perro, plumón de paloma y otras porquerías surtidas, me siento a tomar café en una terraza. Pinito me mira con cara de “mi vida es un infierno”, pero se tiende bajo la mesa y espera]
Camarero encantador: Buenos días, ¿qué le traigo?
Yo: Un cortado largo, muy caliente, por favor.
Camarero encantador: Muy bien, ahora mismo.
[Pasan cinco minutos. El camarero vuelve con el café]
Camarero encantador: Aquí tiene. ¿Y hoy no vino su hijo?
Yo: ¿Mi hijo?
Camarero encantador: Sí, ese chico tan alto, con gafas y gorra, que le tira la pelota al perro; hay que ver lo que salta el animalito, ¿eh?
Yo [helada]: ...
Camarero cabrón: Otras veces viene su nuera, una chica morena, con el pelo así...
Yo: No tengo hijos. Ni nueras. El que dice usted es mi marido y es de mi edad. Me lleva 20 días.
[Silencio espantoso. Seguido de otro aún más espantoso cuando pienso cuándo fue la última vez que vine a este bar y me doy cuenta de que mi nuera debo ser yo misma hace tres meses, antes de enfermarme]
Camarero cabrón: Ay, lo siento, me habré equivocado.
Yo: Sí. No vuelvo más, que lo sepa: le acabo de echar la cruz.
Camarero cabrón: De verdad, perdóneme.
Yo: No. Y además desde que se haga de noche vuelvo y le meto fuego al bar.

martes, 17 de diciembre de 2013

39. La humanidad habla

Cuando estás mala la gente te dice cosas como las que enumero a continuación. Y tú no les pegas ni les chillas. Te callas y te ríes. O como mucho les tiras el café por encima, accidentalmente, por supuesto, y pides perdón con cara de pena.
Luego te quedas a solas y te envenenas toda, pero en privado.

- "Ay, niña, pero qué mala postura, ponte recta, que se te note menos el barrigoncio".
- "Pues mira, yo que estaba preocupado, pensando si me iba a afectar verte enferma, que tú sabes lo sensible que soy... pero en realidad me ha venido bien, porque comparados con los tuyos mis problemas son tonterías, sabes, hay que tomar perspectiva".
- "Tienes que animarte, salir a la calle, que está tan bonita con la iluminación navideña... Aunque no sé, las luces no te irán a dar ataques epilépticos, ¿no?".
- "¿Ya compraste lotería? ¿No? Con la suerte tan mala que has tenido este año, algo te tendrá que tocar, no pueden ser todo desgracias".
(Nota: sí, sí pueden).

viernes, 13 de diciembre de 2013

38. (breve paréntesis)

(que ayer me dijeron los médicos que no me cogiera nervios, que ahora no estoy en condiciones de enfrentarme a las situaciones de estrés, que a ver si me da una insuficiencia aguda y la liamos; yo no les contesté nada porque me conozco y no quería cogerme nervios; por otra parte, la señora de los unicornios y los colibríes ha empezado a mandarme fotos de amaneceres y a decirme que si me levanto a las cuatro de la mañana y medito y me tomo un té antes de que salga el sol captaré mucha más energía, y de una gama más alta; ay; que me voy a untar dinosaurios con purpurina y a ponerles collares de espumillón, que eso relaja mucho)

miércoles, 11 de diciembre de 2013

37. Preguntas frecuentes (I)

P: ¿Por qué crees que nos interesa todo este rollo?
R: Cállense, desagradecidos, y léanme. Que para eso son mis amigos. Podría estar dándoles esta misma chapa en vivo y en directo, en un bar, y encima les costaría el dinero.
P: ¿Por qué protestas tanto por la mala vida que te dan los corticoides?
R: Verán. Primero estuve tres meses tomando a diario dosis altas de un corticoide muy potente. Dexametasona, se llama. Que me fue bien para controlar la inflamación del cerebro, pero que me provocó un montón de efectos secundarios. Las defensas bajas, doce kilos más, retención de líquidos, osteoporosis, debilidad muscular, colesterol, hipertensión, alteraciones del apetito y del sueño, chepa, barriga reventona y cara de luna llena, barbas y bigotes desmedidos, despellejamiento general, moretones hasta en el oído medio, y podría seguir, pero mejor no.
Luego me fueron quitando gradualmente los corticoides. Entonces empecé a tener una bonita combinación de los efectos antesdichos con otros nuevos, producidos por el hecho de que ya no estaba tomando corticoides, y mi cuerpito (es un decir) los echaba de menos. No, yo tampoco lo veo muy lógico, pero es así. Por lo visto, si te metes corticoides sintéticos, las glándulas encargadas de fabricar los orgánicos se relajan y suspenden la producción. Y cuando se les corta el suministro externo tardan en volver a ponerse en marcha.
Resultado: a todo lo anterior hay que sumar náuseas, dolores de cabeza, de huesos y articulaciones, fiebre, astenia (que viene siendo un cansancio mortal y la incapacidad física de salir de la cama o del sofá, incluso después de explicarse a una misma con todo detalle por qué y para qué hay que levantarse ya-ya-ya), pena infinita, cero ganas de hablar con nadie...
Entonces me volvieron a dar corticoides. Pero otros más suaves, que se supone que me harán pasar mejor el mono de los anteriores. Y en eso estoy. ¿Cómo no voy a protestar? Desde ya les digo que ahora mismo el argumento “sí, pero te libraste de la quimio y de la radio, y puedes andar y usar el brazo izquierdo y todo” no me sirve de mucho. Más bien me encorajina. Cosa totalmente impropia de mí, que nunca me enfado ni pierdo la paciencia.
Ya saben, la culpa de todo es de las drogas. O de la falta de las mismas.

viernes, 6 de diciembre de 2013

36. Buenos ojos

Venga, vamos a hacer un esfuerzo y mirar esto con buenos ojos. O algo.

-Tengo bastante pelo ya. Como dos centímetros o así. Tieso como el demonio. Después de una lucha titánica con el peluquero y dos intentos he conseguido teñírmelo de mi color, que viene siendo un castaño oscuro ceniciento-y-ya-ni-avellana-ni-palisandro-ni-nada-joder-castaño-he-dicho. Las clareras se ven cada vez menos, pero siguen ahí, y me las tapo mediante el método Berlusconi I, vamos, con sombra de ojos y una brocha. Mientras no llueva funciona perfectamente. El método Berlusconi II, el implante capilar masivo, lo dejo, si acaso, para más adelante. En cuanto a las barbas y los bigotes, los llevo de un elegantísimo rubio nórdico, que es tendencia.
-Paso menos hambre. Creo que mi cuerpo ha calibrado la situación y ha dicho “considerando el aburrimiento infame que me produce esta mierda de comida sin sal ni colesterol, no pienso ni molestarme en pedirla”. Ya no me dan aquellos ataques de “trae, trae eso para acá, ah, que es un zapato, pues da igual, alcánzame el tabasco y un cacho de pan, gronf-gronf”... ¿Eso significa que estoy adelgazando? ¡No! ¡Pero engordo más despacio! ¡Yuju!
-Todo el mundo me alaba cualquier piradera que se me ocurra. Por ejemplo, este año he decidido que voy a poner decoración navideña. Concretamente, un surtido de dinosaurios travestones, con pelucas de espumillón, perlas de colores, lazos plateados, cascabeles, en fin. Hay dos Tiranosaurios, un Tricerátops, un Pterodáctilo, un Estegosaurio... Aún no he acabado y la casa entera está llena de restos de lentejuelas y hojas de acebo en miniatura y pegotes de superglú y Braquiosaurios. Y yo también.
-Mi piel está incalculablemente tersa. Podríamos decir, también, estirada como el parche de un tambor, a puntito de resquebrajarse, pero hemos dicho que vamos a ser optimistas, ¿no? Pues eso, nada de arrugas. Y sin gastar un euro en cirugía plástica ni botox.
-Las convulsiones ya no me cogen por sorpresa. ¿Por qué? Porque todo el rato siento que estoy a punto de que me dé una crisis, con lo que inevitablemente me mantengo en guardia. Es verdad que puedo pasarme días, días y días sin acertar, tensa, pendiente de mi hemihocico izquierdo y comprobando si aún puedo decir “cosmopolita”, “aerogenerador”, “clamorosamente”, pero el estado de alerta es así, esforzado, todo no se puede tener.
-Me han dicho los médicos que me quedan aún unos cuantos meses hasta que mis glándulas se espabilen y empiecen a funcionar medio decentemente otra vez. Hay que respetar los ritmos del cuerpo, vísteme despacio que tengo prisa, y además así podré ir adaptándome a todo gradualmente, sin brusquedades.
-Tengo un pastillero nuevo. Rosa. Con dibujitos.

Ya, no cuela, ¿verdad?

lunes, 2 de diciembre de 2013

35. Huesos

Ahora me duelen los huesos. Así, todos, en general. Y las articulaciones. Por lo visto tengo osteoporosis. Es muy divertido haber cumplido ochenta y cinco años sin enterarse. Para combatir esto de los huesos frágiles debería tomar calcio y vitamina D, pero resulta que no combinan bien con los anticonvulsivos, ni con dos o tres medicinas más de las que tomo cada día (si vieran mi pastillero... Es como la Biblioteca de Alejandría de las drogas). Entonces hay que estudiarlo todo y ver las alternativas. Estas cosas se van ajustando por ensayo y error, explican los médicos. Y yo, mientras, seguiré deteriorándome, y con un poco de suerte cumpliré los noventa coincidiendo con las navidades y podremos aprovechar las lucecitas y los regalos y el espíritu festivo. Además, podré hacer eso tan propio de las abuelas, y decir lastimeramente "éste es el último año que despedimos juntos". Y luego no morirme, nada más que para joder.
Igual, a fuerza de práctica, soy capaz de ir orquestando las convulsiones, de modo que cuadren con la música.