sábado, 25 de enero de 2014

45. Sonríe

Exterior. Noche (tarde). Ventisca terrorífica. Hasta hace un minuto yo estaba en la cocina, removiendo la sopa y oyendo la radio, pero Pinito, que anda con las tripas revueltas, se acerca y me deja claro que necesita bajar a la calle YA-YA-YA. Así que cualquiera que se asome a asegurarse de que los árboles de la plaza siguen en pie puede verme, luciendo un camisón tres-cuartos de la Pantera Rosa, un pantalón de chándal, una bufanda, un forro polar y unas zapatillas propiedad del Señor Alto (talla 47). 
Miro a la perra (más carroñera que el 90% de las hienas) con bastante odio, pero sonrío. 
¿Y por qué? ¿Porque creo en el poder mágico de la sonrisa, porque no hay nada que no mejore si se le añade una sonrisa, porque una sonrisa sincera tiene más vatios que ningún bombillo, porque la revolución del amor empieza con una sonrisa? No. Espabilen. Es porque hace un rato tuve convulsiones y, aunque duraron poco, se me quedó la boca medio torcida. Y como único no se me nota es si sonrío. En teoría a estas horas no me mira nadie, pero habrá que ir ensayando el procedimiento.
Prepárense para verme con el lanzallamas y una sonrisa, blasfemando, maldiciendo y amenazando con una sonrisa, hablándole al técnico de la lavadora que llega seis horas tarde con una sonrisa, en fin. 
Mañana amaneceré con la boca bien (espero). No pienso sonreír si no hay razones fundadas.